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Vanina Oneto, la Bati del hockey: la noche mágica de Sydney, la desastrosa charla de Vigil y su gran orgullo

No cambiaría la vida de club por nada del mundo. No sólo porque San Fernando marcó su vida desde chica, su manera de sentir, la forjó en sus valores como deportista, sino porque ama profundamente todo lo que trajo aparejado. Vanina Oneto siente orgullo de todo lo que ha sido su carrera, por las Leonas, por los títulos y las medallas conseguidas, y alguna de las noches olímpicas que la marcó para siempre, pero su lugar en el mundo es Sanfer. Allí donde conoció el hockey, a sus amigos, la vida familiar y esas jornadas interminables entre las 8 de la mañana y las 9 de la noche.

“Esta es mi casa”, dice con orgullo, sentada en una escalinata detrás de uno de los arcos de la cancha principal, que luce una alfombra sintética flamante recién colocada. Y no exagera: el deporte siempre fue protagonista en la familia Oneto. A papá Aldo lo atraía el básquet, pero también remaba. A mamá Silvia la atrapaba el tenis, deporte que también practicó (y juega) Vana. Sus hermanos, Hernán y Martín, también abrazaron el básquet. Todos gente de club. Con alguna cláusula especial: “Al estar al lado del río, teníamos que saber nadar. Era como la llave para quedarte todo el día acá, que era lo que más me gustaba”, cuenta. Natación fue la clave para que se despertara la deportista global. “Jugaba a todo: hice patín, ajedrez, tenis de mesa, voleibol. Hasta que un día…”

Con la camiseta de las Leonas, con las que logró dos medallas olímpicas (plata y bronce), un título mundial (2002) y un subcampeonato (1994) y tres oros panamericanos (1991, 1995 y 1999)Alejandro Guyot� – LA NACION

Vanina iba a la colonia, por eso jugaba a todo. No al hockey. Pero probó. Justo cuando tenía que asistir a la primera clase en la escuelita en el playón rojo, se cruzó un rato antes con el padre, que estaba en el gimnasio de básquet. “Me enseña el dribbling dos horas antes de la clase. Me tiró las pautas básicas. Claramente yo tenía una facilidad para el dribbling. La pelota estaba pegada al palo. Entonces, termino la clase y digo: ‘Mamá, me encantó esto’. Y la entrenadora le fue preguntar dónde había jugado yo, de qué club venía. ¡Y sólo había practicado dos horas en mi vida! Supongo que en ese momento habré sentido que me era fácil o que me destacaba y me gustó”, rememora hoy, con 51, la gran goleadora de una época dorada del hockey sobre césped. Cuando nació la mística Leona.

Se cumple el 29 de septiembre nada menos que 25 años de aquella inolvidable conquista de la medalla plateada en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. Un año especial para Oneto porque, a la vuelta de los Juegos, se casó con Andrés Findor, médico, y con quien formó su familia, que incluye a Maia, de 21, y a Matías, de 19, los hijos. Nadie imaginaba que aquella actuación inolvidable sería el comienzo de una era interminable. Del boom del hockey en la Argentina. De la identificación de la gente con las Leonas. Del espejo de futuras generaciones que soñaban con emular a las Aymar, Aicega, Rognoni, Masotta, Stepnik y la propia Oneto, entre otras. Un grupo que surcó la historia y con el que Vanina ni siquiera soñaba de chica.

Con la medalla plateada de Sydney 2000, en la actuación más relevante de su carreraAlejandro Guyot� – LA NACION

“Era muy buena estudiante, no me llevaba nada. Ja, mamá dice que no tiene recuerdos míos estudiando en casa. Siempre fui una persona que registra mucho auditivamente. Así que yo tomaba nota mientras los profesores hablaban y con eso ya estaba. Salvo matemáticas…, el resto de las materias tenía el cuarto o quinto promedio”. Después, intentó con varias carreras. Primero fue nutrición, junto con una amiga. Luego, con Diseño de Interiores. Tampoco funcionó. Y probó con Comunicación, en la UCES. Lo mismo. El problema en sí no era la falta de ganas o de interés, sino los viajes interminables de Martínez al centro y su agenda diaria entre estudios y entrenamientos, en el Cenard o en las canchas de Marangoni en Parque Las Heras.

“Hubo veces que me levantaba a las cinco y media de la mañana, viajaba, volvía a comer lo que podía, salía otra vez en colectivo. En esa época en las casas había un solo auto, así que no quedaba otra. Y cuando llegaba a las clases, no podía coordinar. Me quedaba dormida. En dos clases me echaron. Si me la pasaba arriba de los bondis. Era imposible”, reconoció.

Para toda la vida: la medalla de Sydney 2000 es un símbolo de aquel equipoAlejandro Guyot� – LA NACION

-Además, sería complicado el tema de los exámenes, de las asistencias, si ya estabas en los planteles de hockey.

-Claro. Me puse a trabajar en los colegios y nos invitaron a estudiar Educación Física. Era el único trabajo también que te permitía viajar con la selección y no tenías problemas por las faltas. Porque en esa época era complicado. No había otra forma de trabajar en ningún lado. Las que estudiaban en universidades, en la UBA o en la que fuera y tenían que rendir exámenes, pedían cambio de fecha por representar a Argentina y no se los daban. Y bueno, ahí empecé a estudiar Educación Física de noche. Llegué hasta la mitad del segundo año. Me salió la posibilidad de jugar afuera y me fui. Fue a mediados del 98.

La goleadora serial: el día que le marcó cuatro a Nueva Zelanda y allanó el pase a la final olímpicaTHEMBA HADEBE – AP

-¿Largaste todo otra vez?

-Volví a mediados del 99, me puse de novia, nos casamos con Andrés a finales del 2000, después de Sydney. Dejé educación física, dejé el colegio, quedé embarazada de Maia. Era el 2003. Y Andrés me insistía para probar en periodismo deportivo. Hice el curso en la escuela de Quique Wolff. Y lo terminé. Así era mi vida en esa época: arriba de un bondi y de un tren. Pero éramos todas así, ¿eh?

-Fuiste goleadora, sos goleadora. ¿Qué te gustaba más de esa tarea?

-Los desvíos. Tirarte de palomita para meter desvío. Porque el pasto es lindo. Antes te tocaba una cancha de tierra y no había ni chance de que te tiraras porque te rompías toda.

-¿Qué te daba más terror: el palazo o el bochazo?

-La bocha picaba y por ahí te daba en la cabeza. En realidad, vos calculás la trayectoria de la pelota. El problema es si alguien te la desvía a un metro. Tengo amigas que se han roto la mandíbula. Y hay golpes feos, sí. Pero no era miedosa. De hecho, me gustaban las pelotas divididas. Siempre. Era de las que iba a buscar con la marca encima. Sin velocidad, yo perdía. Pero en el mano a mano con la pelota, en mi recepción yo ganaba.

Las Leonas con las medallas plateadas en Sydney 2000, un momento sublime para jugadoras y cuerpo técnicoZAINAL ABD HALIM – X01060

-¿Qué es un Juego Olímpico?

-Primero, fue un tremendo sueño. Porque cuando yo empecé a entrar en ese playón rojo conocí a Alejandra Tucat. Ella ya estaba en la selección, me lleva 10, 12 años. Cuando se van a Seúl 88, descubro que existe el Juego Olímpico. No había internet. Lo que conocías era lo que te contaban. Ahí es la primera vez que tengo a alguien que conozco que se iba. También estaba Cecilia Colombo. Les mando una carta para el viaje con los dibujitos que usábamos. Yo tenía 15. Y Cecilia me trae del viaje una birome de souvenir, que la tengo en mi casa. Para mi era como un lingote de oro.

Cuatro meses después, Roberto Chiche Mendoza, el entrenador, convoca a mis viejos a una reunión. Había una gira a Mendoza. Nos subieron y llevaron a Pachu Ferrari y a mí con las grandes. Éramos las mascotas. Un mendocino que nos alojó en la casa me hablaba de una jugada que hice en un partido: recibí en el borde del área y clavé un flick de revés, de irrespetuosa. Cuando volvemos, otra vez Chiche con mis viejos. Él de espalda, moviendo las manos. Y dije “Me van a echar”.

Vanina Oneto y su destreza para buscar el gol de revés

-¿Y qué pasó?

-Les estaba pidiendo permiso porque en esa época, si vos jugabas siete partidos en una categoría superior, ya no podías volver con tus amigas. Les preguntaba si estaban de acuerdo. Después me consultan a mi. ¡Imaginate! No entendía por qué me lo preguntaban. Y yo creo que ahí se va despertando todo. En el 89 ya jugué en primera, y en el 91 entramos en el proceso de selección. Hasta completar el sueño de los Juegos.

-Veo tu recorrido. Tres oros panamericanos (1991, 1995 y 1999), oro en el Mundial juvenil (93), plata en Mundial de mayores (1994), Atlanta 1996. En todo ese camino, ¿te veías venir algo como lo de Sydney 2000?

-Estando inmersa ahí, no. Los Panamericanos de La Habana y Mar del Plata no eran clasificatorios para los Olímpicos. Más allá de la experiencia increíble de Mar del Plata 95, que fue un antes y un después en mi vida. Pasaron muchas cosas en el camino, alegrías, frustraciones. Una vez estuve tres semanas puteando porque no había entrado en una gira en 1991 y al final me llamaron de apuro. Llegué a casa a la noche, disfrazada de argentina y con el camperón arriba en pleno invierno. Cuando bajo a comer estoy con la camiseta puesta. Mamá tuvo que ir a San Isidro a comprar el número para coserle a mano. El 19. Fue mi primer número. En esa gira por Nueva Jersey me va muy bien, con Chiche a la cabeza. De ahí quedo para el Panamericano. Pero quedamos fuera de Barcelona 92. Muchas dejan de jugar y empieza otro ciclo. Nos incorporamos siete del junior. Éramos chicas. Ni idea teníamos que se estaba gestando algo importante. No teníamos conciencia.

-¿Cuándo fue el cambio mental?

-Creo que nos animamos a pensar distinto después del Mundial Junior de Terrassa 93. Porque Alemania tenía siete mayores. Y España contaba con siete campeonas olímpicas de Barcelona 92. De Australia sabíamos que era bueno. Después de ese Mundial, que si lo jugábamos diez veces sólo lo ganábamos una, nos animamos a soñar con más. Al año siguiente fuimos subcampeonas del mundo en Dublin y en 1995 se da el oro panamericano de Mar del Plata. En los olímpicos de Atlanta 96 no nos fue bien (7as) porque llegamos al pico mucho antes. Y así transitamos hacia Sydney. En el proceso 97 ya entra Sergio Vigil.

Rimoldi, Oneto, el técnico Vigil, Antoniska y Gambero posan y se ríen. Cachito fue un docente como pocos

-¿Qué le aportó Cachito a ese grupo?

-Una de sus virtudes fue no hacer el famoso “borrón y cuenta nueva”. Cacho había estado en una gira con Chiche Mendoza en el 94 y fue muy piola. Nosotras jugábamos con dos líberos. Todos los torneos eran con dos delanteras y cinco en el fondo. Por ahí no hacíamos goles, pero no nos entraban. Mendoza había desarrollado un sistema defensivo muy fuerte y Vigil tomó ese sistema y lo empezó a desarrollar hacia adelante. Todas las rotaciones de los volantes, con doble o triple desmarque de movimientos. Por ahí las delanteras teníamos esta irrespetuosidad de jugar el uno contra uno contra quien sea. Estábamos acostumbradas a jugar una contra cuatro, una contra cinco, y no nos importaba nada, no nos achicábamos. Lo que logró Cacho fue juntar esa camada y lo que venía. En el 98, en el Mundial, estuvimos muy cerca. Fue un camino ascendente. Entrábamos a la cancha y nos sentíamos el Alemania de otros tiempos. Y los rivales se dan cuenta. Hoy lo gestiona Holanda, no contra todos, pero entra dos goles arriba. La presencia es muy fuerte.

-Vamos a ese Sydney 2000. Ganan dos partidos (Corea e Inglaterra), pierden con Australia. Llega España, ganable. Pero cayeron y tienen una noche muy dura: hubo un error de interpretación del reglamento y arrancaban la segunda etapa sin puntos. Hasta podían quedarse afuera de la pelea de medallas. ¿Qué sentiste en ese momento?

-Cacho me llama antes del partido con España y me cuenta que se enteró lo del reglamento. Me pregunta: “¿Se lo decimos a las chicas antes o después del partido?”. Le digo “antes”. Jugamos bien, la arquera sacó todo, era el muñeco de Michelin. El post España fue muy dramático. Se había cerrado el estadio, estábamos llorando en el vestuario, nos tuvo que sacar seguridad. Cuando nos vamos, nos dan un papel con las estadísticas. Jorgelina Rimoldi nos dice: “Todavía tenemos chance”. Claro, debían darse resultados. Australia tenía que ganar todo, lo cual era posible. Teníamos que ganarle a Holanda, a China, que era la sensación del torneo, y a Nueva Zelanda, con el que veníamos de jugar la serie previa y en el último partido nos ganaron 5-0 con paseo. Ni la vimos. Teníamos la chance, pero parecía difícil.

Al día siguiente nos vieron tan mal que nos dieron libre. Nos fuimos de shopping. La noche previa al partido con Holanda es la más mágica que vivimos todas. A nivel de grupo y de unirnos desde otro lugar. Esa noche nació el grupo.

La vuelta en el ómnibus, a puro canto, después de un partido: Vanina, en la segunda fila del lado derecho

-El cuento del Profe…

-Sí…Habla el profe Luis Barrionuevo y mientras nos relataba un cuento, estábamos todas sentadas y sin darnos cuenta empezamos a agarrarnos de las manos, en silencio, llorando. Nacía un fuego que nos iba invadiendo. ¡Era una fusión de almas tan fuerte! Y fue cuando Karina Masotta, una de las referentes, dice: “Amerita que usemos esa camiseta”. Nos la habían dado en Nueva Zelanda en la serie previa. ¡Ni mi mamá sabía de esa camiseta con la leona estampada! Fue lo que necesitábamos. Usar esa camiseta y sentir que esa Leona nos daba esa fuerza extra que esa noche se despertó. No le ganamos caminando a Holanda, se sufrió, pero salimos adelante.

-¿Es cierto que casi pierden el vuelo por esa camiseta?

-Hace tres años me entero de que Cacho quería llevar la camiseta impresa. Llegó tarde al aeropuerto porque venía directo de la imprenta, corriendo, demorando el avión. La guardaron. Ninguna sabíamos que estaba esa camiseta. Cuando volvemos de un entrenamiento en Nueva Zelanda, encontramos sobre la cama una bolsa con una tarjeta que decía “Para usar en un día muy especial”. Y adentro, la camiseta de Sydney 2000, con los anillos olímpicos y la leona estampada. Que era de otro color, más egipcia, más lateralizada, más delicada. ¡Nos sacábamos fotos en los pasillos! Todavía eran máquinas con rollo.

El logo de las Leonas@vaninaoneto

-¿No las iban a usar en el torneo?

-No estaban habilitadas. De hecho, cuando la usamos en el partido de Holanda, no teníamos permiso del COI, ni siquiera del COA. O sea, las usamos y nadie se dio cuenta. Nadie. En los pasillos nos preguntaron “¿Qué es eso que tienen ahí?”, marcando la leona. “Nada, algo nuestro”, respondimos. Y ahí quedó. Y cuando se da el partido con Nueva Zelanda (victoria por 7-1 y clasificación a la final), con toda la locura, titulan “Leonas” con letras gigantes, y bueno, se popularizó ahí, en ese partido. Se dio toda la explosión de las Leonas y lo que vino después. Pensá que salimos segundas, nunca ganamos el Juego Olímpico. Y lo digo porque la gente no valora nunca el esfuerzo detrás de una historia así. Pero de toda mi vida, me quedo con esa noche mágica.

-En la final no había manera de ganarle a Australia.

-No. Fue muy superior. Hicimos una final muy digna. Después de mucho tiempo, el entrenador australiano le dijo a Vigil que cuando vio los festejos contra Nueva Zelanda, él sabía que la final la tenía ganada. Por toda la descarga que habíamos hecho esa noche. Que era muy difícil que perdieran la final con nosotros porque ya habíamos dado el pico.

Bocha dominado y el arco entre ceja y ceja: Oneto en acción en la tarde inolvidable frente a Nueva ZelandaTHEMBA HADEBE – AP

-Ese de Nueva Zelanda fue tu gran partido, tu noche. Hiciste 4 goles.

-Mirá lo que es la cabeza… La noche anterior me echaron del cuarto y de la casa, que era donde estábamos. Porque tipo 5 de la tarde me empezó un ataque de tos bravo. Imaginate lo que era. No pude dormir. ¡Estoy por entrar al partido y no podía parar de toser! La presidenta de mesa me dice “Oneto, con esa tos no vas a poder jugar”. Le contesto: “Ya se me pasa, es nerviosa”. Fue toda la previa, la posibilidad de llegar a la final. ¡La cabeza! Después hice cuatro goles…

-Nueva Zelanda también te dio otro capítulo, no tan grato, en el Mundial Perth 2002, donde ganaron el oro. Es de no creer: arranca el torneo y a los 8 minutos recibís un bochazo. ¿En el momento te diste cuenta de que…?

-Sí, una mierda, durísimo. En el bochazo sentí la separación de los huesos. Fue una jugada pelotuda. No se jugaba con guantes, el reflejo del sol me cegó y cuando veo levantarse la bocha pensé “que no me rompa la mandíbula”. Y ahí puse la mano. Y me fracturó.

-No jugaste casi todo el Mundial y querían mandarte de vuelta.

-Es peor: yo iba a ser la mejor jugadora del Mundial. Estaba convencida. Físicamente nunca había estado tan bien, pero también que me lo decían las chicas. ¡Volaba! Teníamos 7 sistemas de juego y yo los sabía todos. Es como un don mío: sabía lo que tenían que hacer todas en los 7 sistemas. ¿Viste lo que te conté de mi manera de estudiar? Bueno, eso, lo memorizaba. Me sentía a un nivel increíble. De golpe se te acaba el mundo, te ven desmoronar y te dicen “Bueno, volvete a Argentina”. Yo no quería volver. Ese torneo fue resiliencia ciento por ciento, y aprender un montón. Porque aunque después vuelvo y juego, un rato en la semifinal con Australia y otro rato en la final ante Holanda, me quedó tanto guardado, tanto por dar…

El desconsuelo en Perth 2002: bochazo en la mano izquierda y fractura a los 8 minutos del debut en el Mundial

-¿Y cómo lo sobrellevaste?

-Encontraba opciones para poder respirar, me entrenaba sola y miraba los partidos. Le pedí un plan físico a Barrionuevo y lo hacía en un parque. Hasta los partidos: no podía aguantar una charla técnica porque no podía controlarme de la angustia que me generaba. Y me iba. Me veía todos los partidos de los rivales y tenía las señas de las jugadas anotadas. Y al advertirlas en los partidos, le avisaba a Cachito. Era el único aporte que podía dar.

-Volvamos a Cacho Vigil. ¿Qué tipo de personaje fue? ¿Cuánta influencia tuvo?

-Tuvo mucha influencia. Hoy por ahí la gente lo conoce mucho más. Para nosotras también era una novedad: su forma de hablar, de gesticular, su forma de vivir apasionadamente cada entrenamiento. Él te ponía los conos corriendo… Nosotras le decíamos que era un obsesivo y a él no le gustaba, pero sí, era un obse, y lo digo con admiración y respeto. Cuando él arranca lo conocíamos algunas porque en la gira del 94 con Mendoza él viajó como aprendiz, digamos. Llevaban entrenadores jóvenes para ir tomando ritmo internacional. Una vez, teníamos que jugar la final de un Tres Naciones y Chiche se vuelve por un tema de salud. Lo deja solo a Cacho para la final. La charla técnica, no sé si alguna vez se lo dije, fue un desastre…

El festejo del grupo tras ganar el Mundial de Perth en 2002. Oneto, al lado del profe Luis Barrionuevo, en la fila del medio

-¿Por qué fue un desastre?

-Porque estaba tan nervioso que decía “partido de hoy, subrayado, dos puntos”, y hacía como la explicación. Yo pensaba: “Dios mío, mañana nos matan”. Él es un ser nervioso, muy inquieto y entonces te transmitía su nerviosismo en esa charla. Dijimos: “Calmémoslo porque se va a infartar”. Después entró en el ciclo, con Luis Ciancia y con Luis Barrionuevo. Cachito maduró. Ciancia tenía una historia fuerte en el hockey, era como Mendoza: con ellos no se jodía mucho. La realidad es que éramos un grupo muy fácil de manejar, nadie cuestionaba nada. Gaby Minadeo ingresó como ayudante por Lalo Junquet. Toda esta combinación de diferentes formas ayudó a que Vigil pudiera hacer lo que hacía. Barrionuevo estricto con los horarios, en su forma; Cacho apasionado, Minadeo más contenedor y Ciancia con la palabra justa. Una de las grandes virtudes que tuvieron como cuerpo técnico era la lectura del ser humano.

-¿En qué se manifestaba eso?

-Por ahí venía un día, a ver, te doy un ejemplo. Las del interior en ese momento que eran Ayelén Stepnik y Lucha Aymar. Pasaban semanas en el Cenard, a veces las llevábamos a nuestras casas. Por ahí les decía a Vigil que las veía maso y les daba libre dos días. Tenía esa sensibilidad. O te llevaba a tomar un café si había escuchado que tal jugadora no estaba bien. Mostraba cercanía emocional. Unificó en los equipos casi cuatro camadas de jugadoras: Mackenzie, Rognoni, Antoniska, Gambero, Stepnik, Masotta, Lucha Aymar, Sole García, que entró con sólo 15 años. Y logró la fusión. Maggie Aicega tenía como unos permisos de hacernos chistes en el entrenamiento y Cacho le festejaba todos, nos descontracturaba. Vigil te potenciaba.

-¿Les hizo creer que iban a ser lo que fueron?

-Era un gran jugador, muy inteligente. En las primeras reuniones nos dice que vamos a ser el dominador, que vamos a estar entre los primeros tres del mundo y dominar el 2000. El solo no fue el gestor. Se dio su personalidad y se terminó de fusionar todo. Había mucha alegría en ese equipo. Si estábamos bien afuera, jugábamos muy bien al hockey. Si había quilombos afuera, no jugábamos bien al hockey. Muy latino, muy pasional, muy emocional. Los primeros años fueron muy armoniosos. Las primeras charlas técnicas de Cacho duraban tres horas. Él tuvo que hacer un proceso para aprender a comprimir eso. Te quería dar mucha información. Eso sí, te pulían los gestos técnicos a un nivel superlativo.

Con la vincha roja tradicional: era un pañuelo rojo que compró en Filadelfia

-Contame lo del pañuelo rojo que te acompañó toda tu carrera.

-Ufff. Fue en la gira del 93, cuando nos llevan a Filadelfia a jugar una serie de partidos con Estados Unidos. Vendían unos pañuelitos como souvenirs y tenía que traerle al plantel. Compré unos 15. Todos blanco y azul, y dos rojos. Como el rojo siempre me gustó y mi abuela me decía que era contra la envidia y el mal de ojo y todo eso, lo adopté. Y también me aclaraba que si no era por mi pelo y la vincha roja, no me reconocía en los partidos por la tele. Así nació la vincha. Tenía dos pañuelos, uno lo dejé de usar en Atlanta 96, lo guardé. El otro lo usé en todo el proceso posterior, hasta el final. Ese lo tengo en el cajón y a veces lo veo.

-¿Cuándo te decían que eras la Bati del hockey cómo lo tomabas?

-Era un orgullo, porque imagínate que jugar al hockey como 9, la referencia era el Bati. No había otro. Orgullo total. Jamás lo conocí ni lo vi en persona a Batistuta. Una vez alguien le pidió un autógrafo a alguien que fuese de AFA y me lo mandó en una camiseta. Me puso “para la goleadora del jockey”, así con jota, jajaja. Era un orgullo para mí porque tenía ese instinto goleador que una quería emular.

-¿El amor entre atletas en las Villas Panamericanas y Olímpicas: mito o realidad?

-Y, debe haber de todo. Desde lo que yo conocí, te diría poco y nada. El hockey arranca el día uno y termina el último día de los Juegos. Si por ejemplo, mañana jugamos con Corea y una compañera me dice “Che, esta noche…”. ¡Te mato! Ni me pasó. Sé que pasa y después te enterás de que hubo. Pero eso de que es un descontrol… Estás jugando un torneo que esperaste años, todas juntas. Barrionuevo que nos hacía barrer a las 7 de la mañana, nos hacían numerar para ir a comer, para ir a entrenar, nos decían “tienen dos horas de siesta”. ¿En qué momento? Quizá, digo por especular, eso se puede dar para alguien que compite un solo día. Pero la verdad no lo sé. En ese momento, tu cabeza está puesta en competencia.

Vanina y algunos de sus recuerdos: medalla, camisetas de Leonas y de San FernandoAlejandro Guyot� – LA NACION

-¿Por qué Lucha Aymar era distinta a todas?

-¿Hace falta que te lo diga? ¡Porque era mágica! Para mí, una persona que tiene dones y no los pule y no los trabaja, no llega a ningún lugar. Ella tenía dones o talentos que entrenó, pulió y mejoró para ser más distinta, superlativamente distinta. Creo que fue inconscientemente porque no es que haya dicho “yo voy a ser la mejor jugadora del mundo”. Le gustaba ser distinta y hacía muchas cosas. Físicamente era un animal. Zancada larga, tenía frenajes y arranques. Yo admiraba, más allá de su potencia física, la capacidad de cambiar de dirección en velocidad, de frenajes sin frenar. Creo que más de una rival se enroscó los pies tratando de marcarla. Y hacía eso a una máxima velocidad. Velocidad que desplegaba con dominio de la pelota. ¡Es imposible! No había manera de pararla.

-¿Algo parecido que hayas visto?

-Sí, la australiana Alyson Annan. Sentía que estaba jugando contra un varón. Jugaba a otra velocidad, con otra capacidad de resolución. Ella jugaba a otra cosa. Para mí fueron las mejores jugadoras. Yo pongo en ese tándem, desde otro puesto, a Ceci Rognoni: me gustaba mucho por su cabeza y por su forma de jugar. Y la holandesa Minke Booij. Pero Lucha y Alyson fueron las mejores.

El adiós de Lucha Aymar: “Era mágica. Ella tenía dones o talentos que entrenó, pulió y mejoró para ser más distinta, superlativamente distinta” Chris Helgren – Reuters

-Viste que a veces hay éxitos que son fugaces. Lo de las Leonas en Sydney fue distinto. No sólo que el recuerdo no se apaga, sino que desataron un boom. Más chicas jugando, más pasión. Fue como el comienzo de una era. ¿Qué te provoca eso?

-Todo esto son cosas que uno va viendo con el tiempo que ya pasó. En el momento no entendíamos nada. Yo creía que los que veían hockey eran gente de hockey y algunos más que se habían copado. Me empiezo a dar cuenta después de retirarme. Veía las reacciones de afuera. Rosario 2010 fue una cosa hermosísima. Se te ponía la piel de gallina desde el minuto que entrabas al estadio. Y yo creo que eso provoca orgullo. Si tuviera que repetir la historia y me dijeras ¿cambiarías algo? Yo no te cambio ni el haber jugado en esa época, ni mucho menos el haber estado esa noche en ese cuarto en ese nacimiento de las Leonas. Esa noche no se la cambio a nadie ni por todas las medallas del mundo. Ahí nace la mística, lo que forja después el camino. Yo creo que pasan distintas camadas de leonas, algunas con más rasgos parecidos a nosotras. Me transmiten cosas y yo siento que vuelvo a estar dentro de una cancha. Siento que son descendientes.

-¿Qué es lo que te genera mayor orgullo?

-Me encanta cuando el equipo traspasa la pantalla. Ahí siento que todo valió la pena. Y que se llenen los estadios de hockey me vuelve loca. Me da mucho orgullo y estoy agradecida. Creo que todos nosotros, todo ese grupo, que éramos muchas más, pero bueno, nos tocó viajar a 16 porque eran equipos cortos, tenemos que estar agradecidas de haber sido tocadas por la varita. Que todos los planetas se alinearan en ese momento. Fue lo más lindo que me pasó deportivamente.

El valor humano de las Leonas fue rescatado por Oneto: “Sé que si llamo a cualquiera hoy, están. Aunque no sean amigas”TOMAS MARINI

-En el rugby se habla mucho de los valores, de la amistad, de todo lo que enseña el rugby desde chicos. ¿El hockey es lo mismo?

-Sí. Yo hoy juego en la cuarta de Sanfer. No debería jugar más, claramente. Pero es adictivo el encontrarme con las chicas. Verse, juntarse, el chat del fin de semana. Somos 40 y hoy estamos jugando con chicas a las que yo entrené. Todas comparten el sentimiento del club, los mismos valores. Siento que le debo al club el haber llegado a la selección, a toda la gente que me crió y me formó acá, haberme convertido en la mujer que soy hoy, todos los valores, los aprendizajes. Las buenas y las malas de San Fernando me sirven también para la vida.

-¿Tu lugar en el mundo?

-Mi lugar en el mundo. Mío y el de toda la gente que acá hizo su vida. Y uno le transmite eso a sus hijos. Estoy feliz de que tengan el compromiso del descanso antes del partido. Que entiendan que el asado del club vale un montón. Que el tercer tiempo es importante, atender al rival. Y yo sé que mis hijos a su manera van a seguir sosteniendo esto. Hagan hockey u otro deporte. Acá hay un gran equipo. Las Leonas fuimos equipo. Yo sé que hoy levanto el teléfono y llamo a cualquier de las jugadoras con las que mantuve años de relación y vinculación de Leona, y mañana la tengo acá. Aunque no sea mi amiga. Lo mismo con las chicas del club, con las que compartí mucho más.

Vanina Oneto con sus hijos, Maia y Matías, y su esposo, Andrés@vaninaoneto

-¿Qué tal sos como madre?

-Soy buena. Muy mala cocinando. Ya están curados de espanto. Me olvido de cocinar. Me he hecho sopa sin caldo… Llego y no sé qué hacer. El resto cocina algo. Sé hacer tartas, pero no quieren comer harinas. Ahí es donde más fallo. Lo que no me preocupa mucho, es lo menos importante. Soy una madre presente. Compañera. Creo que lo hago bien. Me cuesta retarlos. Me cuesta… saber cuándo se van a pegar contra la pared. Hay que dejar que se la peguen en algún momento. Ellos saben que estoy ahí para levantarlos. Sostenerlos. Contenerlos. La vida es me caigo y me levanto. Eso lo escuchan desde siempre. Y que sin esfuerzo ni actitud, todo cuesta el doble. De alguna forma uno le transmite lo que vivió.

Vanina Oneto y su despedida del seleccionado en 2004, junto con su hija, Maia, por entonces con un año y dos meses

-¿Miran videos tuyos?

-No. Están en VHS… No me miran ni miraron. Buscaron alguna vez en internet. Matías por ahí me pregunta más que Maia. El varón descubrió en Youtube el video del partido con Nueva Zelanda en Sydney 2000. En el colegio, con los amigos. Las medallas no están colgadas, la ropa estaba en una valija. Hace unos años me desvalijaron: usaron todo lo que tenía…

-En el deporte ha habido denuncias de abusos. Le pasó hace poco a la medallista olímpica Eugenia Bosco. Está el caso Simon Biles. ¿Alguna vez sufrieron en el hockey casos como los que te apunto o estaban más contenidas?

-No, no pasaban. Y si pasaban, nunca nos enteramos. Sigo compartiendo tiempos con un montón de las áreas juveniles y nunca escuché nada de nada. Ni siquiera tienen un odio particular por alguien, lo que podría dar una pista. También era otra época. Hacíamos intercambios acá con San Fernando a los 11 años. Y me iba a dormir a casas de familia donde no conocía a nadie. Hoy yo no dejo a mis hijos a hacer eso. O van a hotel o no vamos. Estamos todos más enroscados. O también en el sistema de inteligencia de internet le rompió la cabeza a mucha más gente. Porque hay mucho más. O se sabe mucho más.

Con Karina Masotta y Jorgelina Rimoldi, con quien trabaja en el hockey del club Boca. “Ideal por ser hockey y en Boca, ya que soy bostera”TOMAS MARINI

-Estás en Boca como manager del área hockey, con Jorgelina Rimoldi (entrenadora) y con Mariela Antoniska (asistente), otras dos Leonas y amigas. ¿Qué tal la experiencia?

-Bien, muy linda. Me encanta. Lo disfruto un montón. También porque yo soy bostera. El desafío era grande. No dudé mucho. Mi marido me decía: ”Vos hubieras ido gratis”. Siempre tuve un sueño: jugar un partido de hockey como los del Mundial 98, que se hizo en un estadio de fútbol y lo adaptaron al hockey, pero en la Bombonera y colgarme en un alambrado festejando un gol. Siempre fantaseé con eso. Esto es lo más cerca que puedo llegar… Creo que estamos haciendo algo muy lindo. Es un camino largo, porque arrancás en la última categoría. Boca compite en la G. Ascendió a la F. Tuve un desafío de armar el club, de armar todas las categorías. Con las chicas les transmitimos a las familias cómo es el hockey, les explicamos que es distinto a otros deportes, cómo podemos alentar, sin enemigos. Es un grupo muy lindo, muy fanático. Repasionales para colaborar. No deben ser del 100 por ciento de Boca, pero tienen la misma pasión. A veces viajan tres horas. La bajada de línea es que hay un ser humano detrás de esto. Que si quieren jugar al hockey, bárbaro. Pero formamos personas. Y remarcamos que el hockey no va a ser por el resto de nuestras vidas, y que después queda la persona.

-¿Y la política? El Cenard siempre parece caerse a pedazos, hubo recortes grandes en becas, el país está como está en general desde hace mucho tiempo, desde mucho antes que Sydney. ¿Se puede invertir en el deporte en este contexto?

-Yo soy deportista, soy Leona, el ex, guardalo. Invertir en el deporte debería ser prioritario. Entiendo que hay carencias. Cada deportista es un embajador de Argentina en el mundo. Son la imagen del esfuerzo, de que se pueden alcanzar los sueños. La inversión en el deporte no debe ser tan grande como en otras áreas. Debería funcionar. Si no es como siempre: ¿cómo hace Argentina para competir? Y sale un atleta aislado porque hay talento. El fútbol está en otra escala porque tiene un contexto distinto. Me gustaría que haya un mayor cuidado de los atletas, no sólo económicamente. Que se cuide la salud mental, emocional, nutricional. Algo más profesional. Y debería haber réplicas en el interior. Que quieran representar a Argentina y sea un orgullo. No es un camino lineal, no es recto ni para arriba: te la vas a pegar muchas veces. Cuando la gente conoce tu camino, que no es lineal, que sos un ser humano que sufre las derrotas como cualquiera, que los problemas personales afectan lo emocional, que hay seres humanos detrás del deportista, eso abriría el espectro a una mayor identificación. El deportista tiende a ser sano, porque debe cuidarse. No sé cuánta plata se necesita. Sí se puede hacer un proyecto mejor.

Oneto en el club San Fernando: “Siento que le debo al club el haber llegado a la selección, a toda la gente que me crió y me formó acá, haberme convertido en la mujer que soy hoy, todos los valores, los aprendizajes”. Alejandro Guyot� – LA NACION

-¿En 10 años vas a seguir jugando?

-Je. El año pasado jugué el Mundial +50. Con Mariana Arnal y Jor Rimoldi. Fue maravilloso. En 2018 jugué el +40 con Ceci Rognoni, con Gaby Pando. También lo ganamos. Había dicho que termino el +50 y no juego más. Ahora miro esta cancha nueva y no veo la hora de jugarla. Me estoy recuperando pero estoy esperando ver dónde se hace el Mundial del año que viene. Es que me gusta todo lo otro, lo que viene detrás de eso: vernos, compartir. Es como un viaje de egresados interminable. Siento que el hockey es eso.

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