La política se renueva. ¿Quién dijo que es siempre lo mismo? Este 2025 ha llegado el sinceramiento que todos estaban esperando. Acaba de lanzarse el último modelo de candidatura testimonial. Es la candidatura testimonial orgullosa. Lo opuesto al modelo vergonzante que se venía usando desde hace tres lustros.
Funciona más o menos así: “yo no soy un candidato de verdad, no tengo la más mínima intención de asumir ninguna banca, sólo trabajo de cazavotos. Como cabeza de lista luminoso, glamoroso, estelar, alumbro a un pelotón de ignotos, de don nadies, como mínimo carenciados de sex appeal que van colgados debajo mío, querido elector, pero yo estoy regio, confort absoluto con el cargo que conseguí por cuatro años en anteriores elecciones y, entiéndanme, recién pasaron dos nomás, no le voy a andar fallando al electorado. Eso sí, voy de frente. El que avisa no es traidor. Merezco un premio por la franqueza, merezco el voto”.
Parece que ya no hará falta decir en campaña cosas del tipo “tengo vocación parlamentaria desde que era niño” o “no puedo seguir mi vida sin legislar, nací para eso”. Se podrá prescindir de promesas empalagosas como “no tengan dudas de que acabaré desde mi banca con todas las injusticias, no ya las de mi aldea, las de mi provincia, las de mi patria, sino las de toda nuestra querida galaxia”.
Basta de fingir. Es tiempo de verdades crudas. “Soy candidato, sí, candidato a la renuncia, ¿y qué? Cuando gane la banca para la que me postulo prometo que lo primero que haré será renunciar a ella. Bueno, como legislador será lo primero y también lo último, lo que garantiza una tasa de cumplimiento de las promesas electorales del cien por ciento. La virtud política en estado puro”.
Pregunta acuciante: ¿será que hablarán así en esta campaña provincial los intendentes bonaerenses que se presentan como primeros candidatos a concejales pero a quienes ni por asomo se les ocurriría pensar en abandonar la intendencia para diluirse durante cuatro largos años entre dos docenas de Carlitos que animan el desangelado Concejo Deliberante?
El kicillofismo decidió el lunes blanquear y bancar a sus numerosos candidatos testimoniales, misión para la que el gobernador tuvo la suerte de hallar en la plantilla a un funcionario cuyo apellido sintetiza ambos verbos, blanquear y bancar: Bianco. Nada menos que el ministro de Gobierno. “Lo de plantear algunas candidaturas testimoniales -explicó Bianco- se ha hecho mil veces y lo hemos hecho de frente a la gente”.
Es cierto que esta práctica no es nueva (si bien no sucedió mil veces sino unos ocho o nueve centenares por debajo de esa cifra), pero lo que Bianco pareció no recordar fue quién la inventó, quizás porque considera que el dato es irrelevante: Néstor Kirchner. Casualmente esta temporada la viuda del inventor, quien presidía el país al momento de la invención, se proclama, desde su cuartel general, la prisión hogareña, fervorosa crítica de las candidaturas testimoniales cual si fuera, diría Milei, una vulgar ñoña republicana de la Coalición Cívica. Para ella las candidaturas testimoniales son un adefesio que cayó del cielo o tal vez algo indigno que pergeñó Kicillof el rebelde.
La historia pide a gritos una refrescada. Kirchner sabía en 2009 que las elecciones previstas para octubre venían mal para el gobierno de su esposa. Por eso las adelantó para junio mediante una ley, se puso a sí mismo como primer candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires (el santacruceño fue el primer expresidente que fijó domicilio en la residencia de Olivos para devenir bonaerense) y colocó en los siguientes tres lugares de la lista los nombres marketineros de dos políticos y una artista, ninguno de los cuales pensaba ser diputado: Daniel Scioli, Sergio Massa y Nacha Guevara (intercalada entre ambos). Lista que acabó derrotada por la de Francisco de Narváez, entonces un supermercadista que hacía sus primeros palotes en la política.
Kirchner no fue candidato testimonial sino el gran diseñador de la estrategia. Él sí asumió la banca (a lo largo de un año asistiría a un solo debate de la cámara), mientras que a Scioli lo devolvió a la gobernación y a Massa, quien venía de ser jefe de Gabinete, lo repuso en la intendencia de Tigre. Justo después de las elecciones, Nacha Guevara descubrió que la política no era para ella y se volvió a las tablas. Gracias a estas deserciones entraron (o renovaron mandato) Omar Plaini, Remo Carlotto y Juliana Di Tullio, quienes en las urnas no habían conseguido suficientes votos. Imposible saber con exactitud cuánto le sumaron a la lista de Kirchner los falsos candidatos.
“Lo que más me interesa es cuidar la provincia y desde allí ayudar al país”, decía Scioli, maestro superior de la ambigüedad egresado de la escuela de Fidel Pintos, durante la campaña de 2009, ante la pregunta de si renunciaría a la banca. “Cuando venga el momento veré de qué manera yo puedo ayudar de la mejor manera posible (sic) al desarrollo de la provincia”, respondía cuando lo apuraban. Pero tenía de reserva una frase bien concreta: “primero las elecciones, luego vendrá el 28 de junio con los resultados en la mano, y después es un tema que en su momento se verá”.
Durante la campaña Massa también cumplió a pies juntillas con la instrucción de no pronunciar nunca delante de un micrófono la frase “no voy a asumir la banca”. Contraindicada no sólo porque había que engañar a diez millones de electores sino, al mismo tiempo, tomar por zopencos a los tres jueces de la Cámara Nacional Electoral. En el expediente que se abrió a instancias de planteos opositores, Scioli y Massa declararon que si eran candidatos se debía “obviamente” a que tenían planeado asumir, si no para qué estaban. Quién podía dudarlo, claro.
Como lo recordó ayer Hernán Cappiello en LA NACION, la Cámara Electoral resolvió por dos a uno que era imposible penalizar en forma prematura las candidaturas testimoniales cuando los candidatos investigados juraban en sede judicial que su intención era asumir. Intenciones los jueces no juzgan, decían. Eso sí, dejaron escrito que si “llegase luego a comprobarse que los candidatos no fueron honestos” significaría “una inaceptable manipulación de las instituciones de la República”. Durísimos, severos, implacables los jueces. Metieron tremenda advertencia. Parecida a la de los juramentos presidenciales -“si así no lo hicieres, Dios y la Patria te lo demanden”-, insumo regular de humoristas, cantautores y estandaperos. Qué rendimiento cabe esperar de las admoniciones en la Argentina si hasta de lo punible más de uno zafa.
Dicho y hecho: después de aquella burla a dos puntas de 2009, Scioli y Massa fueron honrados por el peronismo con el máximo escalón al que un político de carrera puede aspirar, la candidatura presidencial. Uno en 2015, el otro en 2023. Ambos perdieron, es verdad, pero nadie cree que en las derrotas hayan influido fuerte los pecados originales de las candidaturas testimoniales. Scioli obtuvo para presidente 12.309.000 votos y Massa, 11.600.000. No parece que deba hablarse de políticos castigados por antiguas inconductas éticas.
De algún modo eso es lo que piensan los jueces: “si la sociedad tolera las candidaturas testimoniales, si las bendice o las convalida, ¿por qué debería tocarnos a nosotros prohibirlas?”.
Sin embargo, el aval del kicillofismo, al abrir las puertas a candidatos testimoniales orgullosos de serlo, podría colocar el tema en el centro de la campaña. ¿Qué harán los jueces delante del candidato que se reconoce de utilería y se muestra orgulloso de ser testimonial porque encarna la misión superior -es lo que sugirió Bianco- de parar la motosierra de Milei en la provincia de Buenos Aires en esta elección “absolutamente clave”?
Según Bianco, las candidaturas testimoniales “están previstas por la ley, no están impedidas por la ley”. Pero son dos cosas distintas. Lo segundo es cierto, no existe una prohibición taxativa. Lo primero es falso. ¿En qué ley están previstas?
En derecho civil se dice que todo lo que no está prohibido está permitido, pero no es éste un principio absoluto. Menos en la política, que debería hacer de la buena fe una causa fundamental. ¿A qué terreno pertenecen las candidaturas testimoniales si no al de la trampa? ¿Hay que imaginar que mejorará ahora la calidad institucional gracias a los candidatos testimoniales orgullosos? ¿Vale la palabra de los propios políticos para que la ciudadanía pueda saber con certeza quién asumirá tras las elecciones la banca de diputado, de senador o la concejalía para la que se candidatea y quién no? ¿Alguien tiene idea de lo que pensaba realmente hacer Cristina Kirchner si se anotaba, como decía que quería hacer antes de ser sentenciada por la Corte, para candidata a diputada provincial?
Algunos candidatos avisan que no van a asumir, es decir se confiesan testimoniales, por el momento más a través de terceros que mirando a los ojos a los representados. Otros aseguran que sí asumirán aunque lo suyo sea un descenso de intendente a concejal. Y están los que especulan con renunciar pero no para bajar sino para subir a un cargo ejecutivo impar, por ejemplo en el gabinete nacional. Todos supuestos inverificables que aportan confusión al panorama. Lo único concreto es que postularse para ser representante del pueblo en cualquier cuerpo colegiado con la renuncia inaugural en mente no debería enorgullecer a nadie.