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La gran noche de hits de Lionel Richie, el legendario cantante de los años ’80 cuyo nombre inspiró el de Messi

Si hay un artista que es sinónimo de los años ’80 (y nada más que de los ’80), ese artista es Lionel Richie. Su nombre despierta en la memoria ese ritmo vacilón, fiestero, de su gran éxito: All Night Long (All Night), uno de los que hacen que en un casamiento alguien excedido de copas se ponga la corbata de vincha.

El álbum que la contenía, Can’t Slow Down (No puedo frenar), vendió unas 20 millones de copias cabalgando sobre ese ritmo caribeño y liviano, y aferrado a la emotividad de su otro gran éxito, la balada Hello, con la que abrió el show de la noche del jueves 11 en el Movistar Arena. Lleno de un público que ni él sabía que tenía en Argentina, aunque ya hubiera pisado anteriormente nuestro país en el año 2016.

Lionel Richie prometió hits y cumplió con creces. Foto Martín Bonetto

“Lo que descubrí esta noche –dijo casi al final de su presentación- es que aquí tengo una familia. ¿Cuántos años tenés? ¿82? ¡Wow! ¿Y vos? 6, vení, una cámara que te enfoque por favor. ¡No te vayas! ¡Volvé!. ¿Y usted? ¿90? Increíble”.

Un ícono de 76 años

Lionel Richie, cuyo nombre inspiró a la hora del bautismo a la madre de otro Lionel (Messi) , ya llegó a los 76 y sigue sin poder frenar. Sostiene el micrófono a la altura de lo que sería el nudo de una hipotética corbata, o sea, lejos de su boca y eso sucede cuando el cantante quiere disimular sus desafinaciones, o su voz tiene mucho caudal. Richie no pifió una nota. Y bailó, transpiró (la toalla siempre cerca), sonrió. Pero sobre todo: habló.

Lionel Richie tiene 76 años y sigue cantando en vivo por todo el mundo. Foto Martín Bonetto

Un dato relevante es que este hombre, un ícono de los años ’80, tiene muchos fans en la Argentina. Porque de otro modo no se explica ni el lleno ni que la gente conozca canciones menos famosas como Se La o Stuck on you. Pero Richie, que lleva décadas sobre el escenario y es una cruza entre un crooner y un showman, supo detectar que la respuesta para que “canten más fuerte que yo”, no era todo lo enfática que puede serlo en otras latitudes, sobre todo en audiencias estadounidenses, que fueron expuestas a la totalidad de su repertorio.

De manera que fue trabajando el terreno, bien respaldado por una banda cuyo baterista toca con palillos de un grosor inadmisible que lo lleva al exceso de golpes, e intercalando baladas como Easy, donde la audiencia pudo meter sus coros con temas menos conocidos. Un lento y un movido, camino seguro para que nadie se aburra y todos tengan de todo: mechadito.

Hubo un punto de quiebre y fue en el lugar menos esperado: el pasado remoto de Lionel, cuando era el cantante de una fina banda de soul y funk llamada Commodores, algunas de cuyas canciones se bailaban en tiempos donde a la música negra muy rítmica se la llamaba “bolichera”. El escenario se incendió con Brick House, funk muy afilado, uno de los máximos éxitos de Commodores, al que astutamente intercaló con Fire de the Ohio Players.

Lionel Richie recorrió sus éxitos como solista y también los hits de su grupo Commodores. Foto Martín Bonetto

Respaldado por una pantalla LED con gráficos muy acertados, cronométricas y potentas ráfagas de humo blanco, y simétricas columnas de fuego, el uno-dos del soul antiguo bien tocado y actualizado, no podía fallar. Terminó la secuencia, el público se puso de pie, entonó el inevitable “¡Olé, olé, ole, Lionel, Lionel!” (Richie no entendió que mencionaban su nombre), y el showman entró en acción.

“¿Qué es eso? –fingió indignarse- ¡Ese no es mi tema! A ver, hagamosló juntos”. Nada muy difícil, pero con eso ya tenía al público en un puño. En la segunda versión, ya con banda, le agregó un “Buenos Aires”, y decretó que artista y audiencia habían compuesto una canción y era un éxito. “Fifty Fifty”, distribuyó los derechos al instante, en un idioma que los argentinos comprendemos muy claramente.

Con ese chiste del “Olé Olé”, se la pasó la segunda mitad del concierto jugando con la audiencia, pero manejando los tiempos a la perfección: “Ok, ahora quiero que escuchen una canción mía, es mi turno”. Y tocó más temas de Commodores, junto a baladas como Truly, Three times a lady y, sobre todo, Endless Love, inolvidable éxito que interpretara originalmente con Diana Ross en 1981, cuando despuntaba su carrera solista.

Y al final, la andanada infalible con sus canciones más conocidas: Dancing on the ceiling (donde el pícaro tecladista intercaló los acordes de Jump de Van Halen), Say you, say me, y su invocación a hacer de este mundo algo mejor; “una canción que compusimos con mi amigo Michael Jackson”. Obligatorio encendido de linternas de celulares para acompañar We are the world.

El escenario se despejó por un momento, pero Richie no quería que la comida se enfriara y regresó prontamente para la estocada final con el esperadísimo All Night Long. Ya había hecho subir al escenario a una chica que mediante un cartel le pidió que escribiera una palabra de su puño y letra en su brazo para podérsela tatuar. Lionel le escribió “Hello” y sus iniciales. La famosa cuarta pared, esa que divide público de artista, había caído estrepitosamente.

Lionel Richie en Movistar Arena, en su segunda visita al país. Foto Martín Bonetto

Lionel Richie puede ser una rémora del pasado, una invocación a los años ’80, pero prometió una noche de hits y cumplió con creces, con maestría escénica, una puesta inmejorable y con una voz que resiste el paso del tiempo, elementos que conformaron un show contundente como una casa de ladrillos. La noche terminó como tenía que terminar: a puro baile, con todos repitiendo la frase “Party, karamu, fiesta, forever”.

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