12.9 C
Buenos Aires
InicioDeportesIdeas que hay que cambiar e ideas para arraigar

Ideas que hay que cambiar e ideas para arraigar

Cerca del final de su obra más famosa, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, John Maynard Keynes expresa: “…las ideas de los economistas y filósofos políticos, tanto cuando están acertados como cuando están equivocados, son más poderosas de lo que comúnmente se entiende. En efecto, el mundo se rige por poco más que ellas. Los hombres prácticos, que creen estar completamente exentos de todas las influencias intelectuales, usualmente son esclavos de algún difunto economista. Los maniáticos de la autoridad, que oyen voces por todas partes, extraen su frenesí de algún escritorzuelo académico de unos años atrás. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados es muy exagerado comparado con la intromisión gradual de las ideas”.

Carlos Marx hubiera refutado a Keynes, porque para él son los intereses ligados a las relaciones económicas de producción los que evolucionan en zigzag dialéctico y los que condicionan las ideas, y no al revés. Pero, tanto para el paradigma ortodoxo de la profesión económica como para el paradigma de la Escuela Austríaca de economía, la afirmación de Keynes es relevante, sin que ello presuponga aceptar un determinismo dialéctico a lo Hegel en el mundo de las ideas. La Escuela Austríaca es muy crítica del andamiaje de ideas de la “economía positiva”, la que, por visos de cientificidad, según ellos, expresa sus teorías en modelos de equilibrio o estacionarios que asumen regularidades que “implican relaciones constantes que no existen”, y fenómenos que no tienen frecuencia de probabilidad objetiva asociada (lo que invalida la capacidad predictiva).

Para los austríacos, las oleadas constantes de información difusa que expande el mercado a través de las señales de precios no pueden ser captadas por ningún modelo matemático. La teoría económica solo puede hacer predicciones de tendencias y proyectar escenarios futuros conjeturales. En palabras de Ludwig von Mises: “Lo que distingue a la Escuela Austríaca y habrá de proporcionarle fama inmortal es precisamente el hecho de haber desarrollado una teoría de la acción económica y no de la ‘no acción’ o ‘equilibrio económico’”. Pero en el paradigma austríaco es fundamental la idea de interrelacionar la acción económica con la acción política (integran la acción humana) y ambas con la evolución institucional condicionada por los usos, las costumbres y las pautas repetitivas del comportamiento humano.

A pesar de las diferencias metodológicas, la corriente de “economía positiva” (mainstream) también se ha ido abriendo a las ideas de análisis interdisciplinario y revalorando la interrelación de las ideas políticas, económicas e institucionales. James M. Buchanan, con su teoría de la elección pública, advirtió que los economistas no estaban prestando atención a cómo funcionaban los gobiernos y cómo se tomaban las decisiones políticas y puso el foco en la interrelación política y economía.

La nueva economía institucional también amplió el radio de alcance del paradigma neoclásico al promover la interrelación disciplinaria con el derecho, la sociología y la política. El rol de las instituciones es esencial para la actividad económica, ya que proporciona un marco que reduce la incertidumbre y guía el comportamiento de los individuos. Las instituciones son las reglas de juego ideadas por el hombre para regir la interacción humana en sociedad. Hay instituciones formales (poderes del Estado, códigos, leyes), e informales (usos, prácticas sociales, normas consuetudinarias, organizaciones). Ambas conforman el tramado institucional que condiciona el proceso de desarrollo. Acemoglu y Robinson, en ¿Por qué fracasan las naciones?, plantean la sinergia institucional entre lo político y lo económico (“instituciones extractivas o inclusivas”), como clave del éxito o del fracaso en los procesos de desarrollo. Según ambos premios Nobel, para superar el mito de la “maldición cultural” hay que profundizar cambios institucionales que desarraiguen instituciones basadas en ideas y arreglos fracasados.

Si las ideas son más poderosas que los intereses, y el cambio económico, político e institucional son caras de una misma moneda, hay que tener en claro de qué ideas venimos en la Argentina decadente para saber qué ideas cambiar y cuáles ideas sembrar y arraigar. A no engañarse, el corporativismo económico que degeneró en pobrismo distributivo y capitalismo de amigos es la contracara de una plataforma política e institucional de raíces fascistas con fechas emblemáticas en los golpes de estado del 30 y del 43 del siglo pasado. A partir de principios del siglo pasado las ideas de un conservadurismo nacionalista y antiliberal empezaron a librar una batalla cultural que en lo político renegaba del pacto constitucional plasmado en la Constitución del 53-60, y en lo económico denostaba como fracasada y vetusta la organización económica capitalista. Por supuesto, esas ideas expresaban un fenómeno de época: la crisis económica mundial de los años 30, el auge del fascismo y del comunismo (ambos detractores consuetudinarios de las democracias liberales y del capitalismo).

Entre nosotros esas ideas se impusieron en políticas apoyadas por una mayoría, tuvieron arraigo institucional (Constitución del 49, organización sindical, corporaciones empresarias) y profundizaron un modelo de economía cerrada con desarrollo interno por sustitución de importaciones y nacionalizaciones de la banca y de sectores considerados “estratégicos”. Cristalizaron en un núcleo de ideas como las de “movimiento hegemónico”, “comunidad organizada”, “justicia social”, “Estado omnipresente”, etc. La recuperación de la democracia en 1983 puso en blanco y negro cuán apartados estábamos de la práctica republicana y del funcionamiento de una economía capitalista de mercado que permitiera el desarrollo. Pero las ideas fracasadas habían permeado las instituciones y consolidaron una trama de intereses, arreglos y prácticas comunes refractarios de la “democracia representativa, republicana y federal”, y de un orden económico capitalista viable. La institucionalización de la inflación, la anomia social y la corrupción son manifestaciones de ese orden decadente.

A los 40 años de recuperada la democracia, el presidente Javier Milei fue ungido por el voto popular como un outsider del sistema político. Lo eligió una sociedad harta de los fracasos económicos y políticos, pero dentro de las reglas que aseguran la alternancia republicana en el poder, en un país donde todavía hay reminiscencias de ideas fascistas con manifestaciones “destituyentes” y ejemplos feudales de perpetuación en el poder. El Presidente heredó una economía a punto de explotar. Instaló de largada la idea del ajuste de las cuentas públicas. La regla a rajatabla de superávit fiscal intertemporal, con reducción de gasto público y consecuente reducción de impuestos empieza a ganar consenso político. La idea de un Estado austero y la del valor del ahorro nacional genuino como impulsor de la inversión también están sembradas. La cotización del dólar, tras la salida del cepo, ha obligado a los distintos sectores productivos a reflotar la idea de la productividad. Hay que arraigar en los distintos sectores productivos ideas de comparación con las mejores prácticas (algo que siempre hizo la cadena agroindustrial) y oficializar un índice nacional de productividad.

La idea de sanear el Banco Central y que este deje de financiar al Tesoro también empieza a echar raíces. Están lanzadas las ideas y los compromisos de reforma tributaria, laboral y previsional. Son reformas claves que, de fracasar, comprometerán el arraigo de todas las otras ideas económicas. En la medida en que la estabilidad se afiance empezarán a imponerse ideas sobre un Estado que, en su austeridad, debe proveer bienes públicos de calidad; ideas sobre la inserción estratégica de la Argentina en la región y en el mundo, e ideas sobre el proceso de desarrollo con valor agregado exportable. Pero para que la estabilidad se afiance y se aprueben las normas del cambio, hay que arraigar la idea de que esta vez será diferente, que las nuevas ideas se impondrán a los intereses creados y que el cambio prevalecerá en las urnas en sucesivos turnos electorales. Recuperada la confianza, volverá a tener predicamento la idea de la seguridad jurídica en un orden republicano consolidado. Por eso, para arraigar todas estas ideas hay que institucionalizar el cambio.

Doctor en Economía y en Derecho


MAS NOTICIAS
NOTICIAS RELACIONADAS