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Presidente o panelista? El dilema de Milei

El personaje exótico, fácilmente irritable, sin medias tintas y que dice inconveniencias todo el tiempo luce mucho en los medios audiovisuales, y más en las redes sociales, pero puede convertirse en una bomba autodestructiva cuando se pretende hacerlo funcionar políticamente sin cambios en una coyuntura frágil e incierta, para colmo en medio de una sucesión de comicios adversos.

Javier Milei fue un panelista televisivo y un influencer exitoso que movilizó detrás de él a audiencias crecientes a las que cautivó con sus shows ásperos.

No es común que las celebridades mediáticas consigan trasladar su enorme influencia al ámbito político. Son incontables los ejemplos de personajes muy notorios en el primer campo que se entusiasmaron con la idea de pasarse a la política, pero que quedaron por el camino por no suscitar el mismo interés o generar atendibles reservas. Una cosa es llamar la atención en la tele o en TikTok y otra, muy distinta, es gobernar. Y gobernar bien, con cintura política, con más razón cuando no se cuenta con respaldo legislativo suficiente para avanzar.

Milei es una gran excepción a la regla y como triunfó siendo como es –insólito, imprevisible, caprichoso, sin matices– creyó, y sigue creyendo, que nada tiene que modificar al respecto. Le ayudaron a mantener esa creencia a su favor durante algún tiempo dos factores claves: su cruzada exitosa contra la inflación y una oposición sorprendida por el fenómeno del outsider funcionando como un electroshock a la política y avalado por su imagen que no declinaba.

Pero el personaje le ganó al Presidente y fue rifando ese gran capital con errores autoinfligidos y, peor aún, con decisiones equivocadas tomadas muy conscientemente, como maltratar a sus propios aliados y manosear con desaprensión temas en los que existe consenso social de que deben tratarse con cuidado y criterio (la salud, la educación, los discapacitados y los jubilados, entre otros).

Una cosa es eliminar curros –algo que debe hacerse, cómo no– y otra muy distinta es reventar a hachazos presupuestos, que ya venían deteriorados, en áreas sensibles (el estado lamentable de las rutas es otra demanda no escuchada).

Más allá de sus connotaciones distritales, los comicios bonaerenses, por el simple hecho de que sus votantes suman el 37,04% del electorado de todo el país, se convierten automáticamente en un tema nacional. Pero no hacía falta que el Presidente enfatizara tan dramáticamente ese aspecto involucrándose en una campaña tan desordenada y espasmódica, justo en momentos de gran inestabilidad en los mercados y de serios cuestionamientos de corrupción en la Agencia Nacional de Discapacidad.

Lo traicionó su subconsciente mediático: creyó que la fotito y el video en medio de lodazales del Conurbano eran suficientes para garantizarse el voto. Pensó que los esloganes y cánticos contradictorios eran convincentes. No se puede poner “el último clavo en el ataúd del kirchnerismo” y al mismo tiempo arengar: “Saquen al pingüino del cajón”. Aprovechó el opaco Máximo Kirchner para retrucarle: “Pediste sacar al pingüino del cajón y ahí lo tenés”. Tampoco resultó feliz su discriminador y repetitivo rótulo de “enano soviético” para Axel Kicillof. Terminó agigantándolo.

¿Olvidó que en la segunda vuelta de la elección presidencial de 2023, en la que arrasó por casi doce puntos a Sergio Massa, La Libertad Avanza perdió en la provincia de Buenos Aires?

Ahora el peronismo se agranda, a pesar de haberse encogido en 441.000 votos respecto de los que sacó hace dos años. Debería entender que fue más un voto en contra del gobierno nacional que a favor de Kicillof. Los casi dos millones de ciudadanos que no fueron a votar y el medio millón de votos en blanco son una muestra evidente de la decepción popular con la clase dirigente, sin distinción de banderías.

El Presidente no percibe la necesidad de despojarse urgentemente del panelista y del influencer que viene representando en pos de proceder como un hombre de Estado que, a la par de custodiar el equilibrio fiscal, debe resolver otros temas acuciantes, como el equilibrio social (tal como lo subrayó el candidato a diputado Juan Schiaretti, en el acto de Provincias Unidas).

Fue un buen gesto el de Milei, la noche de la derrota, no esconderse, salir a dar la cara y reconocer errores. Pero en los siguientes días no dio muestras de querer hacer ningún cambio de fondo. Se echaron a andar trémulas “mesas” de diálogo que, por el momento, son puro chamuyo, y ratificó que acelerará el actual rumbo económico.

A la gestión de Cambiemos le tiraron por la cabeza que era un “gobierno de ricos” y nunca más pudo deshacerse de ese rótulo por mucho que lo intentara. A Milei lo catalogan de “cruel” y le encanta. Algo no está bien.

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